Psicopatía y Psicoterapias
- Cristina Martínez
- 14 sept 2017
- 6 Min. de lectura

La psicopatía es una patología que afecta al 1% de la población general, y alrededor de un 20% de la población carcelaria. Todos los autores coinciden en que la psicopatía se caracteriza por una disfunción afectiva de la persona. Sin embargo, existen diferencias en las definiciones de algunos autores, ya que la consideran una enfermedad, en cuyo caso deberíamos intervenir a través de tratamientos psicológicos y farmacológicos y no mandándoles a prisión. No son pocos los casos de psicópatas que tras su estancia en prisión volvían a delinquir de una forma violenta y atentando contra la vida de otras personas. Por ejemplo, el caso de Carl Wayne Buntion que describe Hare en su libro “Fue liberado de una prisión de Texas en 1990, quince meses después de recibir una sentencia de quince años por violación. Seis semanas más tarde disparó y mató a un policía durante un control rutinario”. ¿La solución es privarles de libertad o ayudarles a controlar estos impulsos? A continuación, vamos a explicar que ocurre dentro de la mente de un psicópata para entender porque actúan de una forma tan “inhumana”.
Hare (2003) define las personas con psicopatía como “depredadores de su propia especie” y explica que para ser psicópata tienen que darse dos factores: que el sujeto tenga un temperamento con un BIS bajo y que tenga un comportamiento antisocial.
El primer factor de la psicopatía según Hare es el temperamento, es un componente genético de la personalidad. Tiene dos sistemas cuyos niveles influyen en el comportamiento del individuo, el BAS (Behavioral Activation System), es el sistema por el que respondemos a los refuerzos y que a nivel cerebral funciona a través de la dopamina, un neurotransmisor que podemos encontrar en áreas de nuestro cerebro como el córtex. Este sistema nos activa y está asociado al buen humor y a la activación. El segundo sistema del temperamento es el BIS (Behavioral Inhibition System), a nivel cerebral funciona a través de la serotonina, se activa a través de la amígdala y es el sistema por el que respondemos a los estímulos aversivos, y está asociado a la ansiedad.
Cada uno de estos sistemas pueden estar hipo o híper activados, y suele predominar uno sobre otro en función del individuo. En el caso de la psicopatía nos interesa saber si los individuos tienen el BAS hiperactivado o el BIS hipoactivado. Cuando el BAS esta hiperactivado nos encontramos con personas impulsivas, exploradoras y que disfrutan con el riesgo. Mientras que cuando el BIS esta hipoactivado nos encontramos con personas que no aprenden del castigo debido a la falta de miedo y ansiedad.
Existen factores neuropsicológicos que tienen influencia sobre la psicopatía, concretamente tres estructuras: el sistema límbico, la corteza frontal y la memoria.
La primera estructura cerebral que influye en la psicopatía es el sistema límbico: es la estructura cerebral que manda señales emocionales a la corteza prefrontal ventro-medial. En él se encuentra la amígdala, que es una estructura cerebral que reacciona a las emociones básicas: miedo, tristeza, ira, alegría y asco. La amígdala está dividida en dos núcleos, uno constituido por el miedo y la tristeza, que corresponde al componente genético del BAS. Mientras que el otro núcleo está constituido por la alegría, el asco y la ira que corresponden al BIS.
Por otro lado, la corteza frontal: es la estructura cerebral que nos permite vivir en sociedad, controla el torrente emocional que llega desde el sistema límbico e inhibe determinadas conductas. De forma que, si esta estructura está dañada o agrietada habrá un déficit en la regulación e inhibición de estos impulsos primarios, y la persona tendera a ser más impulsiva. Esta estructura puede tener defectos de nacimiento, y también puede ser dañada por efecto de maltratos o zarandeos a bebes, consumo de tóxicos o dietas durante el embarazo, entre otros.
Por último, la memoria: en esta patología la memoria influye debido a que los niños recuerdan las normas que se les enseñaron en el proceso de socialización. Lo cual se relacionaría con el segundo factor de Hale, individuos antisociales, que no han aprendido a relacionarse en sociedad.
Halty y Prieto-Ursúa (2015) señalan que se podría considerar también que existen psicópatas sub-clínicos si solo cumplen el primer factor. Es decir, tener un BIS bajo y tener una ausencia de empatía, culpa y remordimientos, pero que son capaces de controlar sus emociones debido a que el córtex pre-frontal no está dañado, de forma que no cumplen con el comportamiento antisocial. Esta población no suele delinquir ya que al controlar sus impulsos y ser manipuladores no se manchan las manos con delitos por los que les puedan encarcelar.
Halty y Prieto-Ursúa (2015) hicieron un estudio de la emoción en el que explican que, por supervivencia, el cerebro humano detecta en un periodo más corto de tiempo los estímulos aversivos o que pueden suponer un peligro para la integridad. De forma que utilizaron la valencia de los estímulos (positivos, neutros o negativos) en un estudio experimental, del cual el grupo experimental eran jóvenes entre 16 y 22 años con psicopatía y el grupo control jóvenes entre 16 y 22 años sin ninguna patología. Se exponían a imágenes de diferentes valencias mientras se medía su actividad cerebral mediante electroencefalogramas. De esta forma se comprobó que mientras el grupo control reflejaban el funcionamiento esperable, el grupo experimental detectaba antes y con mayor intensidad los estímulos positivos.
Teniendo en cuenta que el cerebro de esta población funciona de una forma diferente a un cerebro típico, volvemos al debate con el que comenzamos el artículo, ¿son personas enfermas que necesitan ayuda para controlar su conducta? Como psicólogos podemos preguntarnos qué intervenciones pueden ser beneficiosas para ellos, teniendo en cuenta que son personas sin miedo a las consecuencias de sus actos, sin remordimientos, sin empatía y que no quieren cambiar, puesto que vivir sin consecuencias y sin nada a lo que apegarse les permite vivir conforme a sus reglas. Y después de vivir una vida sin reglas, ¿cómo ayudarles a encontrar motivos por los que no actuar diferente? Si pudieran, ¿estarían dispuestos a aprender a sentir remordimiento tras una vida de abusos contra otras personas? Algunos autores hablan de intervenciones centradas en el vínculo afectivo entre la madre y el niño a una edad temprana de forma que al menos se desarrolle el córtex de una forma adecuada, y no sean impulsivos.
Hare en su libro cuenta varios testimonios en los que se ve que incluso los programas de terapia de grupo o programas terapéuticos carcelarios eran utilizados por estos presos para manipular y liderar el grupo y así convencer al resto de su mejora. Este autor menciona estudios en los cuales psicópatas que habían tenido terapia en su estancia en la cárcel cometían cuatro veces más delitos violentos al salir de la prisión que los que no reciben tratamiento.
A lo largo de los años se han aplicado muchos tratamientos, los más significativos han sido las intervenciones en: abuso de sustancias y alcohol, ya que es una población que recurre a este tipo de consumo y tienen comportamientos más violentos y fuera de control; en edades tempranas un tratamiento familiar ayudaba a reducir los comportamientos violentos; tratamiento cognitivo conductual para corregir distorsiones cognitivas y comprender la influencia que tienen sus conductas problemáticas. Sin embargo, no se han encontrado tratamientos para la psicopatía en sí, ya que las intervenciones mencionadas con anterioridad están más orientadas al control de sus síntomas violentos.
En resumen, podríamos decir que la psicopatía de debe, por un lado, a un componente genérico como es el temperamento. Por otro lado, un componente neuropsicológico que puede deberse tanto a negligencias durante el embarazo, como a maltratos durante el desarrollo del niño, y como tercer componente, una personalidad antisocial. Existe un largo camino por recorrer en el estudio de esta enfermedad y la forma de abordar sus tratamientos, pero como psicólogos nunca debemos olvidar la importancia de nuestro desempeño en poblaciones tan conflictivas.
Referencias
Halty, L. & Prieto-Ursúa (2015). Neurophysiological indicators of emotional processing in youth psychopathy. Psicothema¸27 (3) 235-240.
Halty, L. & Prieto-Ursúa (2015). Child and Adolescent Psychopathy: Assessment and Treatment. Papeles del Psicólogo¸ 36 (2), 117-124.
Hare, R.D. (2003). Sin conciencia. El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean. Barcelona: Paidos.
López, M.J. y Núñez, M.C. (2009). Psicopatía versus trastorno antisocial de la personalidad. Revista Española de Investigación Criminológica (REIC), 7, Artículo 1, 1-17.
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